Por Carlos Ernesto Alvarado Márquez.
El amparo nació para que el ciudadano pudiera enfrentar al gigante del poder sin perder la cabeza en el intento. Era la honda de David frente a un Estado que siempre quiere oprimir. Pero hoy, en nombre de la modernidad, le están quitando la piedra.
La reforma a la Ley de Amparo volvió inofensivo el único recurso que realmente podía frenar al gobierno. Entre otros el cambio más peligroso es eliminar la suspensión cuando se trata de bloqueos de cuentas bancarias. En lenguaje llano significa que si una autoridad te congela el dinero, no podrás detener esa decisión mientras el juez revisa si fue legal. Es como si te hundieran en el agua mientras discuten si mereces salvavidas.
El discurso oficial dice que se trata de evitar abusos. Pero la experiencia enseña que el abuso siempre llega del Gobierno. El ciudadano promedio no tiene un despacho de abogados, ni millones de pesos en juego. Tiene un sueldo, una cuenta y un sistema que ahora le pide paciencia… mientras se queda sin dinero en la cartera.
Sin la suspensión, el amparo deja de ser un escudo para convertirse en una disculpa. Antes servía para detener un acto injusto hasta que se resolviera el fondo del asunto. Hoy la autoridad puede ejecutar su decisión sin esperar a nadie. Cuando el juez por fin diga “tenías razón”, ya habrás perdido lo que defendías.
El golpe no es sólo económico. Es jurídico y moral. La reforma erosiona figuras tan legendarias como la irretroactividad que impide que las leyes se apliquen al pasado. Disfraza de “eficiencia” lo que en realidad es retroceso. También lastima la progresividad de los derechos humanos, esa idea de que los derechos sólo pueden mejorar. En México, cada reforma parece escrita con goma de borrar, pues pretenden que el ciudadano demuestre que es inocente más allá de toda duda razonable.
Y lo más grave, debilita el interés legítimo, esa herramienta que permitía a la sociedad civil defender causas colectivas. Ahora te piden demostrar un daño personal, directo y casi sangrante. Si el bosque arde, primero debes demostrar que tu plantaste un árbol ahí para que lo puedas apagar.
El resultado es un ciudadano sin defensa y un Estado sin freno. El poder ya no necesita persuadir, sólo ejecutar. Y la justicia se convierte en trámite electrónico con tiempo de espera.
La moraleja es tan vieja como la historia de David y Goliat. Lo preocupante es queal pequeño le quitaron su honda y hasta las piedras, por lo que el gigante no necesita moverse. Lo más grave es que en este país el gigante ya tiene toga, congreso y sello oficial con acceso ilimitado a tu cuenta bancaria.
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