Por Thomas Hillerkuss
Cuando en 1579 en Amberes, el cartógrafo y editor de mapas Abraham Ortelius dejó imprimir la segunda edición de su Atlas Mundi, incluyó una hoja intitulada Hispanae Novae Sivae Magnae, Recens Et Vera Descriptio, que con gran precisión abarcaba desde el norte del actual estado de Nayarit, en el occidente, hasta los límites de Oaxaca, Puebla de los Ángeles y la región que hoy en día corresponde al estado de Tlaxcala, en el oriente, llegando en el norte hasta una serranía donde se ubicaban las minas de los Zacatecas. Con su nombramiento emitido en 1575 por Felipe II como geógrafo real, Ortelius tuvo acceso a un gran cúmulo de fuentes y numerosas obras cartográficas, pero en el caso específico del mapa en cuestión en que logró incluir más de 2,300 referencias individuales, este cartógrafo tuvo la suerte de contar en Sevilla con un extraordinario amigo –aunque únicamente por carta–, Jerónimo de Chaves, cosmógrafo real y de la Casa de Contratación. Éste, en 1560, con ayuda presencial del licenciado Lorenzo Lebrón de Quiñones, antiguo oidor alcalde mayor de la Audiencia de Nueva Galicia y visitador en servicio del virrey don Luis de Velasco, el Viejo, y con los papeles del visitador Diego Ramírez, elaboró un borrador de nuestro mapa, para enviarlo después a Ortelius, quien lo pasó en limpio y a una plancha de cobre para su impresión en blanco y negro –que después podía ser colorada a la mano–.
La información incluida destaca por algunas curiosidades: no aparecen los reales de minas, ni Zacatecas y tampoco Taxco, Pachuca, Ixmiquilpan, Guanajuato, Comanja, Tlalpujahua, Sultepec, Etzatlán o Guachinango, ya que estos eran considerados secreto de Estado. Y pronto el observador se da cuenta que el corte de los datos incluidos era el año de 1560, ya que podemos descubrir la villa de Querétaro y la de San Miguel (el Grande) –ésta con su convento franciscano–, pero se buscan en vano las villas de San Felipe (“Torresmochas”) y Santa María de los Lagos, fundadas el 21 de enero de 1562 y el 31 de marzo de 1563, respectivamente, ambas ubicadas en pleno corazón de la Gran Chichimeca.
En su lugar están representadas la laguna donde se iba a fundar Santa María de los Lagos, sólo que fue descrita como el origen del río Turbio, pero en realidad el río de Lagos da hacia el río Verde. Había ya numerosas estancias de ganado mayor cuyo símbolo eran pequeños diamantes rojos, donde hombres ricos y influyentes de la ciudad de México habían recibido mercedes de tierra. No está el famoso Camino Real de la Plata, que por Querétaro y San Miguel se dirigía a Zacatecas. En lugar de eso, en el pleno se describen a los zacatecos como gente bárbara que cazaban venados con arco y flecha, y más arriba una referencia a la sierra de Zacatecas, en cuyos montes se había descubierto más plata que en otra parte. Los chichimecas vivían como nómadas y los guachichiles andaban desnudos y vivían como los venados. Todos ellos ocupaban este gran semidesierto donde se mantenían de carnes putrefactas o semicocidas y de plantas silvestres recolectadas.
La Gran Chichimeca llegaba en el occidente hasta el río San Pedro, el río Verde y el río Grande de Santiago, incluso las puertas de Guadalajara miraban hacia la amenaza de estos indios salteadores que atacaban tanto a viajeros individuales como a caravanas completas, y estancias, ranchos o pueblos que se habían atrevido asentarse en sus espacios ancestrales. Al sur, el límite declarado por los españoles era el río Lerma, lo que no impedía a los chichimecas cruzar su cauce y robar ganado y tomar cautivos en los pueblos más al sur. Otros puntos fronterizos hacia el oriente eran Atlaxomulco, la sierra norte del actual Estado de México, Tepexi del Río que se ubica ya en la bajada al valle de México, y el río Chillón, en Hidalgo; o como consta en el mapa, se había trazado un límite entre el sur conquistado, conocido, poblado y civilizado, por un lado, y el norte no dominado todavía, poco explorado, casi deshabitado y en su caso, con gente bárbara, por el otro.
Durante los próximos cien años, hasta 1672, Ortelius y sus sucesores editaron más de 12,000 ejemplares de este mapa –un verdadero bestseller para su tiempo–, y siguieron incluirlo en sus cada vez más voluminosos Atlas Mundi, que en su apogeo llegaban a casi 600 mapas, hasta que en 1672 en Ámsterdam, se incendió el taller y la imprenta de Joan Blaeu, el cartógrafo y editor más prolífero de su tiempo, y se destruyeron más de 13,000 planchas, con lo cual terminó esta primera época dorada de la producción de materiales cartográficos para conocer al mundo. El mapa de la Nueva España tuvo en este periodo un pequeño pero destacado papel, especialmente porque se tuvo que esperar otros 80 años, o sea, por 1750, hasta que fuera producida otra obra cartográfica que lo rebasó en calidad y fidelidad.