Por Anna María D’Amore
La mediación es una manera de reunir a dos partes antagónicas. Con su noción del “triángulo de la violencia”, Galtung explica tres tipos o formas diferentes de violencia que son estrechamente relacionadas entre sí: la violencia directa, la violencia estructural y la violencia cultural. Los mediadores juegan un papel importante en situaciones en las que pueden estar presentes cualquiera de estos tipos de violencia. Pero la mediación lingüística e intercultural no solamente se da en contextos de violencia y antagonismos reconocidos como tales, en medio de conflictos bélicos o legales; los intérpretes y traductores fungen como mediadores en situaciones de contacto interlingüístico e intercultural de manera cotidiana en las fronteras entre países, y dentro de países multilingües, como México.
“Nada crea un sentimiento más fuerte de “nosotros” contra “ellos” que la falta de comprensión lingüística mutua” y por eso se destaca la importancia de la labor de los intérpretes, traductores y mediadores, esto es, la labor de la gente que sirve para superar esta división y promover un mejor entendimiento[1].
En un estudio comparativo de mediadores orales en la época colonial, Alonso y Payás notan que en los casos de los “intérpretes negociadores” de la frontera araucana chilena y los nahuatlatos de la Nueva España, los intérpretes sirven “no sólo de mediadores lingüísticos sino de agentes” de la inteligibilidad cultural, “por antagónica o asimétrica que hoy nos pueda parecer”[2].
Puede ser que se haya evolucionado el papel de los mediadores a lo largo de los siglos, pero si bien los avances en la tecnología en la actualidad facilitan el enlace de manera virtual entre personas de diferentes partes del mundo, ya sea en contextos de conflicto o no, persiste la necesidad de la mediación en contextos de contacto interpersonal en vivo y en directo; incluso, a medida que nos interconectamos cada vez más, la demanda de personas que pueden comunicarse de manera efectiva y apropiada con otras personas que tienen un fondo cultural y lingüístico diferente se vuelve cada vez más apremiante[3].
Alonso y Payás señalan otra cosa muy importante: “La mediación lingüístico-cultural fija los límites de la asimilación y de la transculturación”[4]. En efecto, los mediadores cumplen una función de portero o filtro: controlan la entrada y salida de la información, función que conlleva tanto responsabilidad como riesgo, por su impacto de largo alcance, y no solamente cuando se ejerce en contextos extremos de conflicto, sino además en contextos de intercambio cultural “de escritorio”, como en la traducción literaria.
Como nota Cronin, “el monopolio del recurso escaso del lenguaje puede otorgarle al intérprete un prestigio y autoridad que suele reservarse para el mito y la majestad”[5]. Este prestigio y autoridad conllevan una gran responsabilidad que puede convertir a un intérprete o mediador en un blanco de los proponentes de otros intereses. He aquí la paradoja: “por un lado, los traductores parecen ser invisibles para la mayor parte del mundo; no obstante, son vistos por algunos como elementos tan importantes que sus vidas se encuentran en riesgo”[6].
La transmisión de elementos de una cultura a otra a través de un abismo cultural y lingüístico no es una tarea sencilla y la mediación intercultural en la traducción de obras literarias, en ocasiones tiene repercusiones violentas e inesperadas. Cuando el ayatola Jomeini decretó la fatwa (sentencia de muerte) contra Salman Rushdie después de la publicación de Los versos satánicos, por considerarlo contrario al islam, los traductores fueron los que se llevaron la peor parte de la condena islámica de la novela: el traductor japonés murió apuñalado y otros traductores (y editores) sobrevivieron hasta múltiples intentos de asesinato.
El caso de los traductores de Los versos satánicos es un caso excepcional y la traducción literaria es por lo general una de las modalidades más seguras de mediación lingüística, a diferencia de otros tipos de actividad traductora y mediadora, como la traducción bíblica, o la interpretación y la mediación en momentos de conflicto bélico, por ejemplo, en Afganistán, donde en pleno siglo XXI se han encontrado los cuerpos mutilados de numerosos intérpretes, con la lengua cortada por su papel activo en la mediación lingüística[7].
Estos sucesos muestran la percepción del poder potencial del traductor o intérprete como agente mediador o de cambio; en otras palabras, es el reconocimiento de su participación social activa e influyente, con ramificaciones que van más allá de la realización de un “simple” ejercicio lingüístico y la reproducción de un texto.
“Las culturas no dialogan, las civilizaciones no dialogan. Son las personas con sus miedos, sus memorias y sus esperanzas las que dialogan; y las culturas circulan y emigran con ellas”.[8] En un contexto mundial de violencia y conflicto, las ciudades refugio surgen como espacios utópicos. La ciudad-refugio ofrece hospitalidad al extranjero, al inmigrante, al exiliado, al nómada, al desplazado.
Es a través de la hospitalidad incondicional y la verdadera apertura hacia otros que se puede evitar la violencia y la tendencia del estado hacia la autoinmunidad destructiva, algo claramente pertinente y potencialmente remedial en tiempos de terror.[9] Evidentemente, para que la hospitalidad se dé, se requiere de la mediación.
Los enfoques cosmopolitas permiten la mediación entre lo global y lo local y la mediación debe facilitar la convivencia pacífica y no excluyente entre distintos grupos culturales. Advierte Cronin que de no existir una política activa a nivel supra-nacional que promueva la diversidad cultural, “el entusiasmo por la distintividad cultural no desaparecerá sino que se refugiará en varias formas de fundamentalismo que, en nombre de la diferencia cultural, promoverán ya no la interacción y comprensión, sino la separación y la segregación.”[10] En este contexto, continua Cronin, resulta obvio que la traducción debe estar al frente en la búsqueda de formas humanizadoras de globalización[11] para así asegurar una mediación adecuada que avance por la vía de la paz.
En la traducción y la mediación, como en todo encuentro cultural, están implicados por lo menos dos identidades distintas, cada una con su propia lengua y visión del mundo. En ciertos contextos de contacto y conflicto, una de las partes puede pretender imponerse a la otra, pero el mediador reconoce y respeta que cada uno tiene algo que aportar y recibir. Así como las retraducciones de textos históricos pueden arrojar luz sobre los procesos de negociación en encuentros y conflictos del pasado, reflexionar sobre las prácticas del pasado y realizar investigaciones acerca de las intervenciones actuales de mediación lingüística e intercultural nos puede servir para comprender mejor los procesos y tal vez mejorar las prácticas mediadoras en el futuro, en pos de una cultura de paz.