La paz podrá lograrse cuando nosotros comprenderemos que la guerra, la violencia son consecuencias de la vida “pacífica” […] en la vida “pacífica” cotidiana, la gente es demasiado cruel […] en la vida “pacífica” cotidiana, he visto más personas con los ojos de homicidas que en la guerra.
(Yuri Shevchuk, 2019)
Por Elena Zhizhko
La educación contemporánea occidental que permea el sistema educativo mexicano, una vez más demostró su ineptitud ante los desafíos del mundo posmoderno. Trátese sobre el modelo nacionalista (1963-1981), neoliberal (1982-2018) o “semisocialista”, T4 (2018-2024), ninguno ha salido del mismo canon discursivo: igualdad, calidad, cobertura, inclusión, etc. No obstante, el fin real de educar sigue siendo el mismo: encausar al hombre, según las necesidades de cada sociedad. Y las necesidades de la sociedad occidental son moldear a un ciudadano obediente y fiel seguidor de la cultura occidental.
En relación a lo anterior, vale la pena precisar que el término “cultura occidental” se refiere a las creencias, costumbres, tradiciones, estilo de vida, los hábitus (en palabras de Bourdieu) del “centro global europeo ” que se estableció entre 1750 y 1850, según el sociólogo contemporáneo israelí Yuval Noah Harari (2014), cuando los europeos
[…] humillaron a las potencias asiáticas en una serie de guerras y conquistaron extensa parte de Asia. […] Aún en 1775, Asía suponía el 80% de la economía mundial. Las economías de India y China representaban dos tercios de la producción global, y Europa era un “enano económico”. En actualidad, casi todos los humanos son […] europeos [u occidentales] por sus gustos, por su manera de vestir, de pensar […] de ver la política, la medicina, la guerra y la economía […] escuchar la música escrita al modo europeo […] (Harari, 2014, pp. 309-310).
La cultura occidental, a decir de Baudrillard, se distingue por la simulación que jamás podrá ser desenmascarada, confusión de la verdad, imposición a lo real: “[…] vivimos en un universo extrañamente parecido al original, las cosas aparecen dobladas por su propia escenificación”, vivimos en “[…] Disneylandia (un mecanismo de disuasión que regenera la ficción de lo real) con las dimensiones de todo un universo”; vivimos reemplazando lo real por los signos de lo real, retractamos todo proceso real por su doble operativo, “[…] máquina de índole reproductiva, programática, impecable, que ofrece todos los signos de lo real y, en cortocircuito, todas sus peripecias” (Baudrillard, 1978, pp. 7, 24-26). De modo que en nuestra tradición occidental, un signo exporta la profundidad del sentido, se cambia por sentido, y como garantía de este cambio, sirve cualquier cosa.
Refiriéndose a la cultura occidental como ideología, Nietzsche la definía como la habilidad con la que “se mantiene uno a la altura de su tiempo”. A través de ella, se conocen todos los caminos que permiten al hombre enriquecerse de modo más fácil, con que se dominan todos los medios útiles al comercio entre hombres y pueblos. Así, el auténtico problema de la cultura consiste en
[…] educar a cuantos más hombres “corrientes” posibles (en el sentido en que se llama “corriente” a una moneda) de tal modo que a partir de su cantidad de conocimiento y de saber obtengan la mayor cantidad de felicidad y de ganancia. De ahí que se necesita una cultura rápida, que capacite a los individuos de prisa para ganar dinero (Savater, 1997, pp. 221-222).
En esta sociedad occidental, no han sido prioritarios los objetivos educativos de iniciar al alumno en la cultura (entendida como el bagaje cultural universal), la comunicación y la convivencia con las demás personas, ayudarle a crear su propia imagen, su personalidad, su “Yo”, inducirlo a comprender al Otro.
Al parecer, la obra de tal magnitud no está entre los planes de los gobiernos, al menos, hasta hoy. Sin embargo, ya es hora de dar por lo menos el primer paso hacia el cambio. Podría consistir en el análisis de la teoría pedagógica. ¿Qué es la educación? ¿Para qué educamos? ¿Cuál es el modelo de hombre a formar? ¿Cómo hacerlo? ¿Cuál es la mejor manera de educar? ¿En cuáles enfoques educativos hay que basarnos? ¿Qué esta atrás de tal o cual “paradigma educativo innovador”?
Así, el capitalismo de la segunda mitad del siglo XX, para cumplir con sus propósitos, requería de un hombre pragmático, diestro, con especialización profesional muy estrecha y centrado en una reducida gama de tares concretas, un “buen ciudadano”, un “honrado y virtuoso padre de familia” y (lo que era más importante) seguidor de la cultura de consumismo (quien no suele cuestionar las acciones de gobiernos o de la gente en poder). Para educar, “crear” a tal persona, fue de mucho provecho el paradigma de tecnología educativa.
Del mismo modo, el capitalismo vigilante (o “controlador”), de inicios del siglo XXI, mismo que vigila a la población (a los consumidores) a cada paso, utilizando las TIC como medio de manipulación de las masas (Harari, 2014), esta “cultivando” al “hombre ideal” según sus necesidades. Lo hace empleando distintas estrategias, una de las cuales es así llamada pedagogía de resiliencia (Vera Poseck, Carbelo Baquero, Vecina Jiménez, 2006; Landazábal Cuervo, Cardona, Ruiz Manzanares, 2009; Cajigal-Molina, 2017; Caldera Montes, Aceves Lupercio, Reynoso González, 2016, entre otros) y educación por la paz.
La educación por la paz se difunde por las múltiples ONG y gobiernos a niveles internacional y nacional (generalmente, de manera desinteresada, pero, a veces, muy costosa). Surge la pregunta: para aprender a vivir en paz y tratar los conflictos de manera no-violenta, ¿tenemos que reembolsar las cantidades significativas de nuestros ingresos?; aparte de eso, ¿no será que nos estén manipulando a su conveniencia?; ¿habrá otra forma de instruirnos para que dejemos de ser violentos?
Además, en estos dichosos eventos académicos (formativos, de capacitación), se habla de la construcción de un “bien común”… ¿De quién o para quién será este “bien común”? ¿Es posible hablar de un “bien común”, la verdad o la justicia en un mundo sin justicia para la mayoría y con la única verdad de unos pocos (los que están en el poder) donde prevalecen la corrupción, la desigualdad, la xenofobia, etc.?
Tal vez, sería más honesto en vez de plantearse la “misión” de “salvar el mundo” y “enseñar a todos a vivir en paz”, reconocer que hay muchas “verdades” (o “sólo sé que no sé nada…”) y que la sabiduría es algo intermedio, no está en los polos… En este sentido, cabe recordar las palabras de Nietsche: “Es muy fácil hacer que las cosas sean difíciles, y es muy difícil hacer que las cosas sean fáciles…”. Sólo queda la esperanza en que su comportamiento (de estas ONG) sea ético (en sentido en el que Kant se refiere a tal conducta: cuando cada persona a la que trates, sea para ti el propósito y no el medio).
Sabemos que durante la historia de nuestra civilización, el hombre ha buscado la perfección: vivir en paz, encontrar la verdad, hallar la organización perfecta de la sociedad, vencer las enfermedades, etc. Seguramente, podemos trazar una línea de tradición de aspiraciones humanas absuelves de interés pragmático, envidia, ira, rabia, furor, coraje, rencor hacía el Otro. Asimismo, conformar la lista de los preceptos de una verdadera educación para la paz exime de los intereses políticos, económicos, financieros o de interés propio, etc. Se trata de construir la educación para la paz como parte de la enseñanza en complejidades y apoyada por el relativismo cultural.